Diario de un crucerista: Santorini

Diario de un crucerista: Santorini

Aún no termina el día de hoy y ya tengo una cosa clara: Santorini es carne de crucero. Aunque prefería la alta expectativa a la baja realidad, sí agradezco la visita hoy en escaso medio día para entender su naturaleza y descartarla de los próximos planes (aunque nunca es demasiado tiempo, que diría el otro). Y no es cosa de su geografía de volcán sumergido, que la convierte en una media luna con el cráter en acantilado, si no de sus ciudades de casitas blancas, artificiales e inaccesibles –no físicamente- que la coronan en la altura.

Y son las mismas seguramente que en otras cien islas griegas –sus casas, digo- como Mikonos, por ejemplo. Pero  mientras en ésta los pueblos son de sus habitantes y la vida en ellos aparenta autenticidad, en Santorini parecen de cartón piedra, colocados sobre el acantilado y encalados para la fotografía, mientras que más allá de la postal se vuelve fea y descuidada, como si a nadie fuese a traspasar esa primera impresión.

Y allí, donde las piscinas y las terrazas de atardecer cuelgan azules y blancas, zanganeamos miles de turistas buscando la fotografía que más se parezca a la postal que hemos visto en decenas de folletos de viaje sin que nadie quiera girarse a mirar la seguramente próspera ladera que hay detrás.

Y ya no quiero pensar en la vida que llevan los burros –no es metáfora- que salvan al turista de subir los cientos de metros que separan el puerto viejo de Fira del pueblo en lo alto del acantilado. Seguramente el teleférico ha mermados su población y ha mejorado su calidad de vida, aunque sus cuadras al sol no sean gran augurio. Quizás acariciar sus hocicos, así como rascar las orejas de alguno de los gatos callejeros que pueblan la isla, sea de los mejores momentos que se pueden conseguir. Sí, seguramente la puesta de sol sea fantástica –no nos hemos quedado a verla- como en casi cualquier costa orientada al oeste, pero no es motivo suficiente. Ya sea Oira ya sea Fira, las vistas sobre el cráter sumergido del volcán y la isla central del mismo -Volcano – recuerdan lo pequeños que somos, y eso también está bien.

Por lo demás, agradezco que sea crucero y no de otro tipo mi viaje para poder, mientras junto ahora estas letras resentidas pedir con una seña otra consumición en la cubierta del barco, que se aleja ya de Santorini después de haber roto su leyenda en mi cabeza. Mañana, en cualquier caso, espero resarcirme.