Siete de julio (tortilla de Betanzos y sardinas)
Siete de julio. Eso significa que mi gato Fermín está de celebración (no me entiendan mal, mi gato es igual de religioso que yo; esta efeméride la celebramos porque no sabemos qué día nació).
También me recuerda que estamos en plena época de fiestas populares donde los distintos pueblos de las distintas españas sacan a relucir sus más bajos instintos con folclóricas actividades como cabalgar tras el ganado por toda la villa hasta que algún apuesto mozalbete lanzea y mata a la res, o esos otros lugares donde las calzadas se alumbran con teas amarradas a los cuernos no de un banquero si no de una vaquilla. O esas otras tierras donde suben unos burros y una cabra a un campanario y sólo ésta última es despeñada, bajando luego los asnos normalmente por las escaleras.
De las que nos quedan (a Fermín y a mí) a tiro de piedra lo que más nos molesta -a los dos- es sin duda el ruido que suele acompañar las celebraciones. Sobre todo esos fuegos que se empeñan en tirar justo cuando los fieles salen del templo, tras las estruendosas campanas, y que convierten esos quince larguísimos minutos en un infierno de humo, ruido ensordecedor y varillas cayendo.
Soy poco de fiestas, pero me gusta san Juan. El de Coruña al menos. Esa noche, corta, se estira hasta donde dé entre fuego y sardinas en la playa más cercana, o en la calle, apoyando en brona el pescado asado en la brasa de un fuego que saltarán algunos.
Y en cualquier casa de comidas, mesón o restaurante, se podrán comer ese día pese a dispararse su precio estos pequeños peces. Los que tenemos la suerte de encontrarnos por estas tierras ártabras nos permitimos el lujo de disfrutar, al menos dos o tres días al año -y uno de ellos éste- de un menú de dioses: tortilla de Betanzos (patata cortada fina y frita sin prisa, huevo abundantísimo y batido sin hacer espuma y vuelta y vuelta a fuego fuerte) sardinas asadas y albariño. Los de las fotos son del restaurante A Casilla de este pueblo coruñés, premio nacional a la mejor tortilla de patata. Y todo ello sin necesidad de hecatombe ni tauromaquia.
Qué distintos somos (y qué bueno que sea así).