Dos mil catorce (mermelada de chayota)
Más o menos rápido pero el tiempo avanza siempre hagamos lo que hagamos, así que por el mismo motivo que este blog acabará cogiendo solera a pesar de la desatención el año catorce nos pasará por encima sin que podamos evitarlo. Y en vísperas del homenaje a Herodes que en este Vagón se hará como cada cinco de enero -puede que silencioso, ya está todo dicho- estrenamos libretas y calendarios, pues los propósitos seguramente serán los mismos de siempre.
Y entre malabarismos con las ollas, ocupadas con lomos y consomés, unas chayotas sirven de excusa para poner a prueba el centenario conocimiento de aquel profeta -profano como todos- que, tres años antes de publicar los augurios por los que se hizo famoso redactó para la posteridad los secretos de la conservación de la fruta.
Y no ha variado mucho la cosa desde aquel mil quinientos cincuenta y dos. Lo que Miguel de Notre Dame -Nostradamus- cocinaba se repite hoy en casas, monasterios y allí donde haya azúcar y algo que confitar. Quizá ya no con miel o con 'defrutus' (una especie de jarabe de mosto que merecería protagonismo) pero se siguen repitiendo sus mermeladas de rosas, de guindas o de limón.
La de hoy es de chayota, no por capricho si no por exceso, que es la causa más noble para conservar.
Mermelada de chayota
Cocer las chayotas enteras en agua suficiente hasta que clave un cuchillo con facilidad.
Escurrir, pelar y quitar la semilla.
Con el mismo peso de azúcar que de fruta (eso dice Nostradamus y la jurisprudencia, aunque también es marea quien reduce el azúcar en más o menos un quinto) hacer un jarabe hirviéndolo con una cuarta parte de agua.
Fuera del fuego añadir la pulpa al azúcar, remover y dejar reposar al menos dos horas (puede ser toda la noche).
Pasar por la batidora -esto es opcional, claro, se puede pasar previamente la fruta a cuchillo- y cocer durante media hora. Enfrascar.