Diario de un crucerista: Atenas
Mira que no me gusta madrugar, pero las excursiones programadas es lo que tienen. Y claro, un crucerista que se precie tiene que desayunar con la suficiente contundencia como para sobrevivir hasta regresar al barco. Como si no hubiese restaurantes en el destino, llámese Atenas o como sea. Aquí lo recomendable siempre es el bufet, que me perdone el amable camarero que reparte omeletes y huevos benedictina entre quien los reclame en el restaurante de la planta cinco, por oferta y rapidez. Salvo que todo el pasaje haya decidido lo mismo, cosa que por lo visto ocurrió hoy.
Y así nos vamos, desayunados, numerados y etiquetados, en el autobús que cronometrada y milimétricamente para en cada rincón que debemos fotografiar. Cinco minutos en cada sitio, suficientes para la instantánea de rigor y para identificar en el mapa los aseos públicos de la ciudad. Creo que hoy los hemos visitado todos. Pero también es una forma rápida de reconocer las referencias, los lugares de interés y la historia tal y como nos la cuenta el guía, ateniense cuyo conocimiento del castellano (español, que diría el profesor Belarmino) firmaría yo hoy mismo.
Estadio olímpico, Acrópolis, templo de Zeus y un sinfín de símbolos de la civilización occidental que por sí solos justifican una visita a la ciudad, ya sea con mochila o con pulsera de todo incluido. Y una vez a pie, abandonando la excursión y concediéndonos la oportunidad de entender la metrópolis descubrimos también sorpresas como la casa de Heinrich Schliemann, el hombre que demostró que Ilión era una ciudad real y no sólo un mito, convertida en museo numismático. Y el barrio de Plaka, y mil calles que llevan a ninguna parte donde los atenienses juegan sin prisa al backgammon con la misma pasión que si estuvieran disputando los juegos panatenaicos.
Persiguiendo una edición griega del Quijote, que se resistió más de la cuenta para nuestra suerte, conocimos con envidia que las librerías son todavía templos en esta parte de la vieja Europa, abundantes y vivas, como lo son las iglesias ortodoxas, con crespones negros por la pascua esta semana (cosas del calendario juliano). Y siguiendo la recomendación de Victor, griego de apellido zaragozano heredado de los tiempos de las cruzadas –según nos contó-, probamos la ternera con berenjenas y las anchoas marinadas al estilo griego en la terraza de la Taberna Elaia.
Y nos volvimos al barco, pues esta ciudad sólo será nuestra un día, con la sensación seguramente ficticia de haber conocido un poco más de nuestra historia y, quién sabe, de conocernos un poco más a nosotros mismos.