Diario de un crucerista: Dubrovnik
Sexto día de crucero, y pagamos tributo en Dubrovnik como ésta lo hizo en Venecia tiempo atrás. Parece razonable, recorriendo el Adriático de sur a norte –o de norte a sur- hagamos parada y algunos fonda en la antigua Ragusa. El problema es que la máxima se aplica a las decenas de miles de cruceristas que pasan por estas aguas todas las semanas. Con cuatro horas por delante abandonamos en masa la nave con el fin común de invadir la ciudad vieja.
Hordas de turistas, a las que pertenecemos, saturan la ciudad, maltrecha ya por una carrera popular que monopoliza la calle Placa, referente siempre para el primer paseo, y nos obliga a empezar la visita por las secundarias, aquellas donde uno se encuentra una iglesia serbia, una barbería de otro siglo o algunas tiendas de regalos fuera de lo habitual.
Y haciendo memoria y acariciando gatos y perros recorremos calles hasta que la conciencia nos permite, ya a media mañana, liquidar una ración de mejillones en la taberna Konoba, en el puerto de la zona vieja. Los preparan aquí con ajo crudo, que les queda bien.
Como son muchas alforjas para este viaje, y la mañana se queda corta enseguida, nos volvemos al barco que en seguida zarpará rumbo noroeste. Y mientras pasamos, ya por la tarde, al lado de la peligrosa Calypso, donde el héroe se dejó tantos años, pasamos el tiempo en cubierta, donde el Bóreas dálmata, que empieza a soplar fuerte y de lado, nos quita tanto como nos da en el juego de canasta.