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diario de un crucerista: Mikonos

Un crucero por el Egeo trasmite sensación de azar. Si cuando sobrevuelas las islas tienes la oportunidad, gracias a la perspectiva, de capturar su silueta y a partir de ahí investigar sobre su historia, su identidad, cuando las sorteas desde un barco no puedes ni adivinar qué hay detrás de colina que emerge del mar, casi nunca más de unos pocos kilómetros. Así transcurrió la mañana de hoy hasta que una de esos cientos de islas anónimas se fue haciendo grande en el horizonte hasta enseñarnos primero sus casas blancas, luego sus ventanas azules y rojas.

Por dos euros exactos se accede a un barco local que recorre los tres o cuatro kilómetros que separan el nuevo muelle de cruceros del viejo puerto de Mikonos. Y aquí desembarcamos, recién desayunados, con la inútil intención de huir de los inevitables tópicos de la isla y el crucerista.

No es Mikonos el mejor lugar para fingir ser un intrépido viajero, al menos cuando sólo tienes un día para demostrarlo. Las calles, todas iguales y todas distintas, están llenas de tiendas a medio hacer, como si la primavera hubiera llegado a la isla antes de lo esperado. Y ofrecen un agradable paseo hasta que empiezas a tener la sensación de haberlas fotografiado todas.

Así que, sorteando motocicletas -aparentemente siempre las mismas- llegamos a las playas más cercanas, justo detrás del pueblo, y al volver por la costa descubrimos lo que aquí llaman la Pequeña Venecia, una decena de edificios con los balcones al mar. Cafés de precios desorbitados aprovechan aquí su orientación al oeste para prometer la mejor puesta de sol, pero no nos quedaremos a comprobarlo.

Pedimos en la terraza del Mr. Captain, justo delante del minúsculo mercado de pescado, unas cervezas Mythos que pronto se convirtieron también en calabacín frito, boquerones, albóndigas y calamares mientras Apolo, el dueño de la taberna, que habla perfectamente el castellano y tuvo una novia de O Barqueiro, nos explicaba qué es la Jorta que comían lugareños en la mesa de al lado (plantas silvestres cocidas y aliñadas con aceite y limón) y nos invitaba a un vaso de Mastica, licor de resina del árbol del mismo nombre.

Y sin mucho más nos vamos, sin buscar el rastro de Ajax el Menor, héroe de Troya por lo visto enterrado aquí, ni el de los gigantes de los que aquí dio cuenta Hércules como uno de sus doce trabajos, pensando más en la piscina del barco que en visitar alguna de las playas del sur de la isla, ya Platis Yalos ya Ayos Yannis según nos han recomendado.

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