Carnaval en A Coruña
Nunca me ha gustado mucho el carnaval. Aunque he pasado mi infancia en Ourense, donde se consideran muy importantes y se celebran con interesantes singularidades en cada comarca y cada pueblo, nunca me he sentido atraído por el recurso del disfraz ni por ninguno de los elementos de la complicada liturgia y tradición que acompañan a estas fiestas.
Sí me ha gustado salir, claro, y celebrar (antes más que ahora) cualquier cosa, y así he disfrutado como un profano de lo profano -ya me entienden- cada año allí donde he estado.
Bueno, quizá salvo el año aquel en que salí a la calle un domingo de carnaval y cuando aún no llevaba más que diez minutos entre la gente un amigo me estampó un huevo (de gallina) en la cabeza sin darme tiempo a reacción. Tras volver a casa -estaba al lado-, ducharme, cambiarme de ropa y volver a salir a la calle otra vez, el mismo amigo (todavía hoy lo es) me volvió a embadurnar con otro ejemplar gastronómico probablemente de la misma bandeja -estoy seguro de que era Coren- que el anterior.
Ese año ya no volví a salir a la calle durante el carnaval. Hoy ese terrorista es un afamado bloguero con cientos de miles de visitas semanales en el blog y decenas de miles de seguidores en Twitter. Se reirá si lee esto, claro. Yo, por otro lado, sigo esperando una oportunidad de revancha.
Hace años que vivo en A Coruña, y también muchos que no salgo en Carnaval a disfrutar de la gente, de sus bromas y de sus disfraces. Siempre rechacé la solera y abolengo que mis amigos ártabros reclamaron para esta celebración, amparado en la tradición y personaliad que el carnaval tiene en las tierras ourensanas, pero poco a poco, con los años, me he dado cuenta de una cosa: cada año que pasa hay más ambiente en las calles coruñesas, cada año aumenta el número de personas que se disfrazan hasta llegar a momentos en que no ves a nadie por la calle de paisano.
Yo que desde hace ya algunos años vivo en el centro, allí donde confluyen las en otra época casas de pescadores con las de los antiguos ricos, al principio de la señorial calle de San Andrés, que ninguna noche del año despierto con el ruido de las celebraciones nocturnas (ni siquiera en fin de año), cada lunes de carnaval, de madrugada (ya martes en realidad) me levanta de la cama como un resorte el ensordecedor estruendo de la calle y me asomo a la ventana, lleno de envidia, a admirar el fantástico ambiente que frente a mi edificio se crea entre murgas, charangas y comparsas de carnaval. Algún año me han surgido ganas de bajar -aunque nunca suficientes-.
Así que, pese a los cada vez más numerosos actos que se celebran en A Coruña (por ejemplo la demostración de confección de filloas que realizará Benigno Campos -Larpeiros- en el mercado e San Angustín el sábado 18 por la mañana, o la máquina que las hará a razón de mil quinientas filloas por minuto desde las diez de la mañana durante doce horas en la plaza de Millán Astray -llo de los nombres de las plazas en A Coruña da para otra entrada- para disfrute del que se quiera pasar por allí, o el entierro de la Sardina, o los choqueiros de Monte Alto, o...), yo sólo participaré de la fiesta cuando a las cuatro de la mañana del lunes me despierte con el ruido ensordecedor y me asome a la ventana para disfrutar de mi minuto de carnaval. Para el que disfrute de las aglomeraciones y los disfraces, le recomiendo que se pase por aquí, aunque ese día no me deje dormir.
Sólo ese día, claro.