Tierras del Ulla
Son estos inviernos gallegos los mejores momentos, sin duda, para visitar las tierras del Ulla. Y no me refiero a las estoicas cuaresmas de marzo donde las costumbres de aquí y de allá se igualan, si no a los más duros eneros, donde los rigores y el ingenio marcaron la supervivencia y la tradición de cada lugar.
Hablo de las lampreas que suben en estos meses las corrientes adversas de los ríos, éste también, y quedan atrapadas en las pesqueiras que año tras año esperan el regreso del pez ancestral. También de los cerdos despiezados en filloas, cacholas, lacones, embutidos y qué se yo, de los que -en buena parte- se dará cuenta en los múltiples cocidos del carnaval (antes, durante y después, que los tiempos han cambiado).
También es tiempo de empezar a tomar los vinos del año. Ya no aquellos ullas de siempre, inconfundibles y ácidos, difíciles de encontrar ya, sustituidos por los ortodoxos albariños y mencías que se plantan ahora salvo en las contadas fincas que se resisten a arrancar las vides de siempre.
Son días de carnaval, no el de ciudad sino el de la aldea, el de los caminos de tierra, el del paseo a caballo. Y es tiempo de camelias, sin olor, que se abren al sol que no está cuando ninguna otra se atreve a hacerlo y se esconden el resto del año, silenciosas y perennes.
Son fechas de aguas rabiosas que las montañas no consiguen retener pero sí el río, el Ulla, que las acoge como hace con los salmones, las truchas, que regresan. Como las lampreas, que llegan de un viaje largo a mares lejanos. Ellas también saben que éste es el mejor momento para volver.